Como una forma de vudú al contrario, convocar lo inexistente dentro de lo olvidado.
Pero tú también lo hiciste. Recuerdas...
Escribiste aquella libreta, aquel diario de los días que pasaban hasta que nos encontráramos, aquel registro de los cambios de tu alma, como esas filmaciones en que se puede ver una flor abrirse. Tu alma, floreciendo, eso era el cuaderno, y lo escribiste para mi, era mi regalo, mi primer regalo.
Me pareció lo más bonito que me hubieran podido regalar nunca, una muestra de ternura y sensibilidad increíble, la imagen misma de esa belleza dentro de ti que sólo había podido adivinar en reflejos, y que ya me había llegado para enamorarme.
Y sin embargo no llegué a verlo nunca. Lo rompiste cuando supiste de mi mentira, lo rompiste... Un eco y un reflejo, rompiste mi cuaderno (ya era mi regalo antes de que lo terminaras), como yo quemé ese brote nuevo, como yo rompí ese corazón ardiente. Soy un desgraciado, lo sé, lo siento... sentí tanto no haber podido tener entre las manos todas esas palabras tuyas tan llenas de verdad...
Creo que hubiera cambiado tanto las cosas si hubiera tenido ese cuaderno, o cualquier otra cosa tangible que me hubiera puesto en contacto contigo. Bueno, tengo aun la pequeña máquina, un beso dentro de una cápsula burbuja, una pequeña piedra blanca de Bilbao, una moneda que recuerda lo diminuto, lo casual, lo importante, todo en uno. Son objetos que refieren al encuentro, pero no a ti. No son tú, como lo hubiera sido el cuaderno.
Hoy me hubieras escrito un cuaderno con todos los sufrimientos, los surcos de la cara, el amargor de las lágrimas, la decepción infinita, el desengaño... igual que yo podría escribir sobre miedos, sufrimiento, desesperanza, soledad.
Rompámoslos también. Y empecemos uno nuevo. Cuando pueda te compro un Moleskine, y vamos dejando crecer un corazón dentro.
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