Hoy quiero hacer algo que tenía pendiente. Voy a sincerarme mucho.
Creo que lo que más me gusta de ti, además de que eres la cosa más bonita que he soñado, y que cuando te veo en la vida real eres todavía más bonita que en mi sueño, además de que seas la mujer exitosa, profesional, y que de pronto descubriera tu lado dulce y fuera tan delicioso...
En realidad lo que me capturó es cómo me querías. Es feo decirlo, es hora de decir cosas feas. Estaba más enamorado del amor que de ti. Y es que me querías en serio. Y eso me pilló por sorpresa, me dejó alucinado que me pudieras querer tanto, a mi, que siempre me he considerado un perdedor, miserable e indigno. Sobre todo, me dio miedo.
Eres muy distinta a mi, hay muchas cosas que me dieron miedo. Una, por supuesto, lo fácil que era que todo saliera mal. Estamos lejos, en todos los sentidos. Tantos cientos de kilómetros, los hice de un salto y sin notarlo el primer día, pero no iba a ser siempre así. Y tantos años luz entre tú y yo, aunque cuando hablábamos (cuando aun me querías) parecía que no podíamos estar más próximos. Parecía que siempre fuéramos a tener las mejillas pegadas, los dedos entrelazados, y los corazones sincronizados para toda la vida. Qué ilusos fuimos...
Ya sabes, tu historial. Nunca te duró un novio más de dos meses. Y reconozco que ahora estoy al acecho, y me siento tan horriblemente miserable esperando a que cuando nos veamos ya no tengas a ese nuevo y maravilloso chico, deseando que eso fracase y pueda dejarme la vía libre. Eso me hace sentir sucio y cruel, porque en realidad, desde lo más profundo de mi alma, de veras deseo que te funcione porque sólo quiero que seas feliz. Además, esa esperanza espúrea no me permite olvidarte.
Entiéndeme. Yo estaba metido en una relación de siete años que iba bien, que no tenía ningún motivo para fracasar... bueno, salvo que no quiero tanto a Nerea como llegué a quererte a ti (y no me crees, es lo que más me duele). Es la única razón ahora para dejarla, pero es una razón que pesa mucho. Pero hablando de pesos... piénsalo, siete años frente a dos meses. Me pudo mi cobardía. Por enésima vez, y arrastrándome por el suelo: perdóname por esto, lo siento....
Me asustó mucho también verte comprar en Milán, esa forma de moverte entre los dependientes, ese dominio, el tiempo que gastaste y el dinero... es como si pertenecieras a otra galaxia, como si fueras de una raza superior a una raza superior a la mía. Me sentí como una auténtica escoria, al ver que le comprabas a tu hermano, como una vagatela, un polo que costaba más que mi traje más caro. Y sentí pánico a no estar a tu altura. Otra vez, lo siento muchísimo, es una reacción estúpida, pero humana.
Está también tu pasión. Me encantaba que fueras apasionada, despertar en ti tanto gusto, un sexo feroz, un goce encendido y volcánico, tantísimo placer y locura. Pero también me daba algo de miedo, la cara animal, los arañazos, las magulladuras... la verdad es que me sentía en momentos como el macho de la mantis religiosa, y un día tus pechos enormes parecían ojos que me escrutaban, y tu cuerpo parecía devorar al mío.
Aunque era yo siempre quien ejecutaba el ritual del sacrificio, la daga y la carne, en uno, dos, tres... cinco explosiones de placer que nos dejaban casi literalmente muertos. La primera vez fue tan bonita, límpida y deliciosa, y las siguientes iban creciendo en violencia hasta el punto de que te tuve miedo. Me dolía todo el cuerpo, y tuve marcas durante más de una semana. Me daba a ti hasta perderme.
Te gustaba mi voz, ¿te acuerdas?, igual que a mi la tuya, que cuando me hablaba a mi era fina y dulce, diferente de la voz sólida de cuando le hablabas a los del trabajo. Tú me hablabas, incluso por teléfono y me excitaba automáticamente, era incapaz de controlarlo. Me confesaste que te pasaba lo mismo. Yo que siempre tuve un trauma con mi voz, tenía el poder de despertar tu deseo hablándote. Y sin embargo, lo reconozco, tu forma de arrastrar las palabras, ese acento tan pijo, tan de niña bien, me alejaba de ti. Soy el gitano y tú la princesa, quizás pienses que eso te hace mejor. Pero simplemente te aleja, y nuevamente, me da miedo.
Mis miedos han matado tu amor, más aun que mis mentiras. Pero no me crees tampoco en eso.
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