Te vuelvo a hablar de nuevo.
Te contaría sobre mi nueva casa, las vistas de la ventana, pero es pronto para ello.
Siento ternura al hablarte, qué le voy a hacer. Me voy amargando y hundiendo cuando lucho contra tu imagen, contra tu recuerdo, cuando me empeño en pensar que no me querías tanto o que en realidad estoy mejor sin ti.
No es así, ya te lo dije en ese primer mensaje del año, el que quería ser mi nuevo y mejor año y está siendo mi tormento mayor... te dije que sólo sentía alivio, felicidad, cuando pensaba en ti.
Sigue siendo así.
No entro en tu perfil de LinkedIn cada día ni cada dos días. Sé que lo aborrecerías, y no quiero molestarte ahora que seguramente eres feliz sin mi. No quiero que me dediques pensamientos de odio, prefiero tu desaire a tu odio.
Así que me he guardado tu foto, por fin, tengo tu foto. Y la miro un par, tres, cuatro veces al día como mucho. Como una medicina, es amarga al principio, especialmente en la boca que tiene recuerdos tan dulces de ti, quizás por el contraste de la ausencia, esa especie de persistencia de la visión en versión sinestésica.
Y luego me calma. Como la medicina. O la droga. Tal vez es más eso. La droga.
Tus labios tan rojos.
Y el síndrome de abstinencia.
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