Y cómo no me había dado cuenta, y cómo han caído de mis ojos las escamas como al primero que se llamó como yo. Cómo tardé tanto en hacerme pequeño, y en llenarme de esta grandeza del conocer, del enteder.
No eres tú, ni tu fantasma, ni tu recuerdo. Es puro egoísmo. Tú no estás en mis sueños, ni te conozco.
Dentro de ti crece una mujer nueva. La he visto transparentarse a través de la piel antigua (la que aun sufre cuando me ve, aunque quieras esconderlo, y te resistas a confesarlo). Transparenta dentro de ti una mujer bella y fuerte, fría y dura también. Alguien con quien yo no podría estar, alguien que me fascina y atrae tanto como un precipicio. La mujer que quieres ser vive en ti, se agita en ti, y surgirá como un volcán llevándose por delante todo lo que tengas a tu alrededor, alcanzando una plenitud dolorosa para la vista, sofisticada en su desprecio a todo lo viejo.
Pero a mi ya me has despreciado suficiente. No me dejaré más. No soy una piedra, pero me he vuelto mar. Igual de inmutable, igual de establecido en la corriente del tiempo. Pero mucho más salado, mucho más vivo.
Tengo en mis dedos las manecillas del reloj, los granos de arena. Tengo en mis manos los hilos que mueven las estrellas, las líneas del destino. Y he despertado.
Cartas blancas nunca leídas
jueves, 2 de julio de 2015
lunes, 1 de junio de 2015
Un día
Te he visto.
Dos veces te he visto. Las dos en Bruselas, apenas dos semanas de diferencia una de la otra.
La primera vez fue horrible, me escondí de ti aunque sabía que me habías visto, me hundí. No pude dormir un solo minuto sabiendo que al día siguiente volverías a estar allí, y luego metí mi cabeza en la tierra como las avestruces, me hundí en mi propia vergüenza y miseria deseando desaparecer de tu vista, y sin embargo verte, todo el tiempo verte. Porque estás preciosa, mucho mejor de lo que creí que estarías.
Y huí. Para coger el avión, para escapar de allí, para no cruzarme contigo, huí. No hubiera tenido importancia, si no hubiera sido que, durante mi huida, ... te mandé ese mensaje. Sin letras, sin palabras, solo un manojo de flores de las que habían puesto esos días en las Galerías de la Reina, una foto con docenas de preciosos narcisos que había guardado para enviarte. Pero que no debí enviarte. Sólo me gané, una vez más, que me bloquearas por una nueva vía.
Y la segunda vez, por supuesto, tenía que verte. Eres la anfitriona, eres la reina. Estás allí, recibiendo a la gente. Muy hábilmente me haces una finta y me evitas, muy hábilmente no necesitas ni dirigirme la palabra, me lanzas mi acreditación mientras te diriges a otra persona y me despachas sin que haga ni falta contacto visual. Y estás más radiante que nunca.
Ha sido horrible todo ese tiempo, tenerte delante, que no quisieras cruzar ni una mísera palabra conmigo, y yo siendo más y más pequeño, secándome segundo tras segundo en tu presencia luminosa y expansiva que todo lo llenaba (nunca te había visto ese vestido malva que te queda tan increíble).
Pero vencí todos los demonios y te hablé. "Quiero que normalicemos nuestra relación", balbuceaste algo, negaste, frunciste el ceño, estabas confusa, y tuve que añadir, rápida y contundentemente "profesional, por supuesto". Entonces volviste a ser la fuerte, la segura, porque te había dado el pie que necesitan los buenos actores de teatro. Tomaste el pie no para dar un paso hacia arriba, sino para hundirme a mi. Lo noté, me ahogaste: "la otra es imposible", te limitaste a decir, y te fuiste.
No había necesidad de eso, pero sé que tienes razón. Sólo te vi, te logré hablar.
Te pedí perdón. "Perdón por lo del otro día". Dijiste "no te preocupes", pero te referías a las flores. No te voy a pedir perdón por mandarte flores. Nunca. Me disculpaba por no haberte hablado. Y no lo entendías, claro, porque tú tampoco quieres hablarme.
Y necesito que me entiendas, que mi mensaje te llegue. Hoy hace un año, de aquel día en que llegué a ti. Y necesito que llegue a ti mi pensamiento, que pienso en ti cada día con más fuerza. Que no te he abandonado ni un segundo.
Dos veces te he visto. Las dos en Bruselas, apenas dos semanas de diferencia una de la otra.
La primera vez fue horrible, me escondí de ti aunque sabía que me habías visto, me hundí. No pude dormir un solo minuto sabiendo que al día siguiente volverías a estar allí, y luego metí mi cabeza en la tierra como las avestruces, me hundí en mi propia vergüenza y miseria deseando desaparecer de tu vista, y sin embargo verte, todo el tiempo verte. Porque estás preciosa, mucho mejor de lo que creí que estarías.
Y huí. Para coger el avión, para escapar de allí, para no cruzarme contigo, huí. No hubiera tenido importancia, si no hubiera sido que, durante mi huida, ... te mandé ese mensaje. Sin letras, sin palabras, solo un manojo de flores de las que habían puesto esos días en las Galerías de la Reina, una foto con docenas de preciosos narcisos que había guardado para enviarte. Pero que no debí enviarte. Sólo me gané, una vez más, que me bloquearas por una nueva vía.
Y la segunda vez, por supuesto, tenía que verte. Eres la anfitriona, eres la reina. Estás allí, recibiendo a la gente. Muy hábilmente me haces una finta y me evitas, muy hábilmente no necesitas ni dirigirme la palabra, me lanzas mi acreditación mientras te diriges a otra persona y me despachas sin que haga ni falta contacto visual. Y estás más radiante que nunca.
Ha sido horrible todo ese tiempo, tenerte delante, que no quisieras cruzar ni una mísera palabra conmigo, y yo siendo más y más pequeño, secándome segundo tras segundo en tu presencia luminosa y expansiva que todo lo llenaba (nunca te había visto ese vestido malva que te queda tan increíble).
Pero vencí todos los demonios y te hablé. "Quiero que normalicemos nuestra relación", balbuceaste algo, negaste, frunciste el ceño, estabas confusa, y tuve que añadir, rápida y contundentemente "profesional, por supuesto". Entonces volviste a ser la fuerte, la segura, porque te había dado el pie que necesitan los buenos actores de teatro. Tomaste el pie no para dar un paso hacia arriba, sino para hundirme a mi. Lo noté, me ahogaste: "la otra es imposible", te limitaste a decir, y te fuiste.
No había necesidad de eso, pero sé que tienes razón. Sólo te vi, te logré hablar.
Te pedí perdón. "Perdón por lo del otro día". Dijiste "no te preocupes", pero te referías a las flores. No te voy a pedir perdón por mandarte flores. Nunca. Me disculpaba por no haberte hablado. Y no lo entendías, claro, porque tú tampoco quieres hablarme.
Y necesito que me entiendas, que mi mensaje te llegue. Hoy hace un año, de aquel día en que llegué a ti. Y necesito que llegue a ti mi pensamiento, que pienso en ti cada día con más fuerza. Que no te he abandonado ni un segundo.
martes, 28 de abril de 2015
Tú
La que habita mi sueño, la que envenena mi sueño, la que llena mis ojos.
Vienes del pasado. No de hace un año, no de hace tres meses. Vienes de entonces, cuando eras exactamente lo que yo siempre había soñado.
Eres tú, eres ella, la mujer bella que vive dentro de ti y que yo siempre vi, que yo siempre deseé. La que me escondes, la que ya no está.
La que he perdido.
Vienes del pasado. No de hace un año, no de hace tres meses. Vienes de entonces, cuando eras exactamente lo que yo siempre había soñado.
Eres tú, eres ella, la mujer bella que vive dentro de ti y que yo siempre vi, que yo siempre deseé. La que me escondes, la que ya no está.
La que he perdido.
lunes, 27 de abril de 2015
Ton beau fantôme
Sabes que caigo una y otra vez. Lo sabes, tú, el fantasma de Silvia que vives sólo dentro de mi anhelo. Lo ignoras tú, Silvia de carne y hueso y piel y pestañas, y labios y dientes, y uñas que solían clavárseme en los hombros, y dedos que solían buscarme en lo más íntimo, y que ahora ni piensas en mi un sólo segundo.
Caigo una y otra vez, y vuelvo a buscarte, a verte, a hablarte en sueños y ensueños. Me sorprenden a veces murmurando y hablando solo, pero es a tu fantasma a quien hablo. Son tus fotos las que busco y rebusco, y miro una y otra vez. Son nuestros viejos mensajes los que releo, constantemente. Es tu presencia que sigue viviendo en mis entrañas, en esa curva de mis vísceras que sigo sintiendo que tira de mi hacia el mundo del sueño, que sigue provocando vértigo y feliz locura de adolescente.
Y lágrimas.
En la ducha, lloro un disimulo tonto, pues nadie me ve, y si me vieran las lágrimas se fundirían con lo que me llueve del pelo. El pelo que tú me agarrabas con las manos que anhelo ver de nuevo, besar de nuevo, ver moverse como movías, como mirabas hacia un lado buscando una palabra, mordiendo ligeramente el labio inferior. Y por supuesto ver tus ojos en blanco.
Todo eso que no será ya más.
Pero quisiera saber si es cierto, si fue cierto, si fue mentira. Si alguna vez me quisiste o no. O fue todo un malentendido, un error, una equivocación. Si no me querías, qué sentido tiene, tuvo, qué sentido tiene mi dolor, mi estúpida expiación. Sin pecado, ¿qué es esta penitencia?, ¿por qué pesa esta cruz? Qué amargo este cáliz de vino, cemento y sangre.
Y lágrimas.
Caigo una y otra vez, y vuelvo a buscarte, a verte, a hablarte en sueños y ensueños. Me sorprenden a veces murmurando y hablando solo, pero es a tu fantasma a quien hablo. Son tus fotos las que busco y rebusco, y miro una y otra vez. Son nuestros viejos mensajes los que releo, constantemente. Es tu presencia que sigue viviendo en mis entrañas, en esa curva de mis vísceras que sigo sintiendo que tira de mi hacia el mundo del sueño, que sigue provocando vértigo y feliz locura de adolescente.
Y lágrimas.
En la ducha, lloro un disimulo tonto, pues nadie me ve, y si me vieran las lágrimas se fundirían con lo que me llueve del pelo. El pelo que tú me agarrabas con las manos que anhelo ver de nuevo, besar de nuevo, ver moverse como movías, como mirabas hacia un lado buscando una palabra, mordiendo ligeramente el labio inferior. Y por supuesto ver tus ojos en blanco.
Todo eso que no será ya más.
Pero quisiera saber si es cierto, si fue cierto, si fue mentira. Si alguna vez me quisiste o no. O fue todo un malentendido, un error, una equivocación. Si no me querías, qué sentido tiene, tuvo, qué sentido tiene mi dolor, mi estúpida expiación. Sin pecado, ¿qué es esta penitencia?, ¿por qué pesa esta cruz? Qué amargo este cáliz de vino, cemento y sangre.
Y lágrimas.
lunes, 16 de marzo de 2015
El cariño, el perdón, el agradecimiento
He pensado algunas cosas horribles.
Primero, de mí mismo. Luego de ti. Y quizás esas fueron las peores, las que más me asustaron.
Pensé un montón de cosas, que no me querías, que no me merecías, que me habías tirado y mentido tú misma, que quizás estabas tonteando con otro ya desde hacía meses... y qué. Todo eso no tiene importancia. He hecho el idiota primero volcándome toda la culpa sobre mi, luego echándola sobre ti.
Y las cosas son diferentes.
La verdad es que los dos éramos náufragos y nos creíamos islas. Todos somos un poco esos ciegos yendo a tientas, tropezándonos y aprendiendo mientras erramos, y creyendo que los demás están tan seguros de sí mismos, que tenemos que esconder nuestros miedos. Pero nuestros miedos, nuestras inseguridades, son las de todos.
Tú tenías inseguridades, necesitabas que te dijera cada diez minutos que eras la más guapa, la mejor, y que te quería con locura. Y es verdad, eres deliciosa, estupenda, y te quería mucho. Pero no hace falta que seas la más guapa. Como tampoco hace falta que yo sea el mejor amante del mundo, mira para lo que sirve. En Septiembre (lunes, 1 de Septiembre) dijiste que hacer el amor conmigo era lo más maravilloso y que intentarías por lo menos arrancarme un beso de ahí a final de año. En Octubre (miércoles, 22 de Octubre), ya no querías saber nada de mi, me espetaste ya entonces "no eres parte de mi vida, y creo firmemente que no lo serás nunca". De qué me vale...
Yo también necesitaba tu aceptación, tu lucha por mi igual que tú necesitabas la mía. Y ambos hemos fallado, ambos pedíamos demasiado y ofrecíamos demasiado poco, porque no se podía hacer más que lo que hicimos.
Pérdida, negación, ira, tristeza, aceptación, reconciliación, agradecimiento.
Creí que era un ciclo, pero es una onda que sube y baja, que arrastra en círculos ascendentes... y poco a poco me acerco a la superficie: agradecimiento. Tengo mucho de qué darte las gracias, voy a abandonar ya el rencor.
Te agradezco el haberme dado el mayor de tus regalos, lo más bonito que puedes haberle regalado a ningún hombre: tu sonrisa más sincera, más bonita.
Te agradezco haber confiado en mi, hasta el punto de recibirme en tu casa, en tu lugar.
Te doy las gracias, de corazón, por haberme dado el día más bonito de mi vida. El instante más hermoso, que tengo marcado a fuego en mi corazón. El instante en que despertaste, la mañana de domingo, a mi lado, en la cama más blanca que he visto en mi vida.
Gracias también por haber recibido mis besos con tanta ternura. Hiciste de mis besos los mejores que haya dado un hombre.
Te doy infinitas gracias por haber querido llevar dentro un hijo mío, es lo más grande que alguien podría hacer por mí. Yo hubiera querido ese hijo.
Te agradezco que me hayas querido, que hayas sufrido por mi, que me hayas esperado, los días o semanas que sean, da igual. Tu amor me ha hecho crecer.
Por último, te doy las gracias por no haberme herido más de la cuenta, teniendo todas las armas para hacerlo, porque podías haberme hecho muchísimo más daño. Tu indiferencia como opción, en vez del odio, ya te lo dije una vez, es una bendición para mi, porque podías haberme destruido con apenas una palabra. Sé que quieres ser feliz, no hacerme daño.
En eso coincidimos. También quiero que seas feliz. También quiero ser feliz yo mismo, contigo, sin ti, a pesar de ti, sin importar tú... Quizás un día, ser feliz para ti.
Primero, de mí mismo. Luego de ti. Y quizás esas fueron las peores, las que más me asustaron.
Pensé un montón de cosas, que no me querías, que no me merecías, que me habías tirado y mentido tú misma, que quizás estabas tonteando con otro ya desde hacía meses... y qué. Todo eso no tiene importancia. He hecho el idiota primero volcándome toda la culpa sobre mi, luego echándola sobre ti.
Y las cosas son diferentes.
La verdad es que los dos éramos náufragos y nos creíamos islas. Todos somos un poco esos ciegos yendo a tientas, tropezándonos y aprendiendo mientras erramos, y creyendo que los demás están tan seguros de sí mismos, que tenemos que esconder nuestros miedos. Pero nuestros miedos, nuestras inseguridades, son las de todos.
Tú tenías inseguridades, necesitabas que te dijera cada diez minutos que eras la más guapa, la mejor, y que te quería con locura. Y es verdad, eres deliciosa, estupenda, y te quería mucho. Pero no hace falta que seas la más guapa. Como tampoco hace falta que yo sea el mejor amante del mundo, mira para lo que sirve. En Septiembre (lunes, 1 de Septiembre) dijiste que hacer el amor conmigo era lo más maravilloso y que intentarías por lo menos arrancarme un beso de ahí a final de año. En Octubre (miércoles, 22 de Octubre), ya no querías saber nada de mi, me espetaste ya entonces "no eres parte de mi vida, y creo firmemente que no lo serás nunca". De qué me vale...
Yo también necesitaba tu aceptación, tu lucha por mi igual que tú necesitabas la mía. Y ambos hemos fallado, ambos pedíamos demasiado y ofrecíamos demasiado poco, porque no se podía hacer más que lo que hicimos.
Pérdida, negación, ira, tristeza, aceptación, reconciliación, agradecimiento.
Creí que era un ciclo, pero es una onda que sube y baja, que arrastra en círculos ascendentes... y poco a poco me acerco a la superficie: agradecimiento. Tengo mucho de qué darte las gracias, voy a abandonar ya el rencor.
Te agradezco el haberme dado el mayor de tus regalos, lo más bonito que puedes haberle regalado a ningún hombre: tu sonrisa más sincera, más bonita.
Te agradezco haber confiado en mi, hasta el punto de recibirme en tu casa, en tu lugar.
Te doy las gracias, de corazón, por haberme dado el día más bonito de mi vida. El instante más hermoso, que tengo marcado a fuego en mi corazón. El instante en que despertaste, la mañana de domingo, a mi lado, en la cama más blanca que he visto en mi vida.
Gracias también por haber recibido mis besos con tanta ternura. Hiciste de mis besos los mejores que haya dado un hombre.
Te doy infinitas gracias por haber querido llevar dentro un hijo mío, es lo más grande que alguien podría hacer por mí. Yo hubiera querido ese hijo.
Te agradezco que me hayas querido, que hayas sufrido por mi, que me hayas esperado, los días o semanas que sean, da igual. Tu amor me ha hecho crecer.
Por último, te doy las gracias por no haberme herido más de la cuenta, teniendo todas las armas para hacerlo, porque podías haberme hecho muchísimo más daño. Tu indiferencia como opción, en vez del odio, ya te lo dije una vez, es una bendición para mi, porque podías haberme destruido con apenas una palabra. Sé que quieres ser feliz, no hacerme daño.
En eso coincidimos. También quiero que seas feliz. También quiero ser feliz yo mismo, contigo, sin ti, a pesar de ti, sin importar tú... Quizás un día, ser feliz para ti.
jueves, 12 de marzo de 2015
El peso de la paja
He pixelizado tus fotos.
Me había comprometido, tan pronto sirvieran para su cometido (que mi psicóloga te conociera, que te pudiera tener delante como yo te tengo demasiadas veces al día), las quitaría.
Queda raro un hueco en mi discurso, así que en vez de quitarlas, las he deformado, distorsionado, transformado en una masa de color en la que sin embargo yo te reconozco, tú te reconoces, pero nadie más podría saber que eres tú.
Eres ya, cada vez más, el fantasma de mi deseo, y menos y menos una persona. Tu, la que me dijo cosas que me herían, y me las dijo para herirme, tú que me miraste con desprecio en nuestro último encuentro y me dijo, mintiendo "no sentí nada cuando te vi entrar", tú que me dejas tirado, ... eres en realidad la que se aleja del fantasma, la que se aleja de mi. Yo te he sido más fiel que tú misma.
Y es hora de que lo deje ya.
Te he pixelado, te he alejado de tu imagen, o más bien, de la imagen de ti que me hizo enamorarme. Lo reconozco, la imagen de ti que sigue haciéndome sentir este hueco en el estómago, estos microsegundos de gravedad cero que no sentía desde que era adolescente. He destruido tu imagen, y es un rito, un acto mágico, una liturgia del olvido que va surtiendo efecto.
Puedo decirlo con orgullo, con alegría, gritarlo con toda el alma abierta: te quise con locura, te quise con todo el corazón. Y este corazón, sigue viviendo.
Te quise. Aun hablo en segunda persona, pero ya conjugo en pasado.
martes, 10 de marzo de 2015
Rabo de nube
He recibido un regalo.
Aun no me ha lavado por dentro, es sólo una canción, pero creo en la magia.
Sobre todo de la música.
No espero que lo entiendas. No espero nada de ti.
Sólo del agua.
Aun no me ha lavado por dentro, es sólo una canción, pero creo en la magia.
Sobre todo de la música.
No espero que lo entiendas. No espero nada de ti.
Sólo del agua.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)