Te he visto.
Dos veces te he visto. Las dos en Bruselas, apenas dos semanas de diferencia una de la otra.
La primera vez fue horrible, me escondí de ti aunque sabía que me habías visto, me hundí. No pude dormir un solo minuto sabiendo que al día siguiente volverías a estar allí, y luego metí mi cabeza en la tierra como las avestruces, me hundí en mi propia vergüenza y miseria deseando desaparecer de tu vista, y sin embargo verte, todo el tiempo verte. Porque estás preciosa, mucho mejor de lo que creí que estarías.
Y huí. Para coger el avión, para escapar de allí, para no cruzarme contigo, huí. No hubiera tenido importancia, si no hubiera sido que, durante mi huida, ... te mandé ese mensaje. Sin letras, sin palabras, solo un manojo de flores de las que habían puesto esos días en las Galerías de la Reina, una foto con docenas de preciosos narcisos que había guardado para enviarte. Pero que no debí enviarte. Sólo me gané, una vez más, que me bloquearas por una nueva vía.
Y la segunda vez, por supuesto, tenía que verte. Eres la anfitriona, eres la reina. Estás allí, recibiendo a la gente. Muy hábilmente me haces una finta y me evitas, muy hábilmente no necesitas ni dirigirme la palabra, me lanzas mi acreditación mientras te diriges a otra persona y me despachas sin que haga ni falta contacto visual. Y estás más radiante que nunca.
Ha sido horrible todo ese tiempo, tenerte delante, que no quisieras cruzar ni una mísera palabra conmigo, y yo siendo más y más pequeño, secándome segundo tras segundo en tu presencia luminosa y expansiva que todo lo llenaba (nunca te había visto ese vestido malva que te queda tan increíble).
Pero vencí todos los demonios y te hablé. "Quiero que normalicemos nuestra relación", balbuceaste algo, negaste, frunciste el ceño, estabas confusa, y tuve que añadir, rápida y contundentemente "profesional, por supuesto". Entonces volviste a ser la fuerte, la segura, porque te había dado el pie que necesitan los buenos actores de teatro. Tomaste el pie no para dar un paso hacia arriba, sino para hundirme a mi. Lo noté, me ahogaste: "la otra es imposible", te limitaste a decir, y te fuiste.
No había necesidad de eso, pero sé que tienes razón. Sólo te vi, te logré hablar.
Te pedí perdón. "Perdón por lo del otro día". Dijiste "no te preocupes", pero te referías a las flores. No te voy a pedir perdón por mandarte flores. Nunca. Me disculpaba por no haberte hablado. Y no lo entendías, claro, porque tú tampoco quieres hablarme.
Y necesito que me entiendas, que mi mensaje te llegue. Hoy hace un año, de aquel día en que llegué a ti. Y necesito que llegue a ti mi pensamiento, que pienso en ti cada día con más fuerza. Que no te he abandonado ni un segundo.